Opinión - 22/2/18 - 12:00 AM

Con la vida por delante

Por: Fran Araújo Periodista -

Gracias a los avances actuales, a los 60 años una persona tiene casi un tercio de su vida por delante. Si miramos atrás y analizamos los últimos 20 años de nuestras vidas, llegaremos a la conclusión de que no se pueden menospreciar las enormes posibilidades de nuestros mayores.

La vida se suele dividir en etapas temporales, cada una asociada a unas características concretas. Mientras la infancia, juventud y primera madurez aparecen siempre como el esplendor de la vida, la vejez se asocia con el agotamiento, la inutilidad, la fase a la que nadie quiere llegar.

Nada más lejos de la realidad. A los 60 años una persona se encuentra en un estado de plenitud, madurez y reflexión que le permiten disfrutar de la vida en una dimensión más serena y comprensiva. Una persona con 60 años conserva intactas sus aptitudes, excepto por los casos que entrañan problemas de salud o los trabajos que por su dureza exigen un gran esfuerzo físico.

La vejez también se asocia a la multiplicación del tiempo libre. Pero hay que diferenciar el ocio del tiempo libre. Ocio no significa matar el tiempo, sino vivirlo. Realizar actividades por gusto que proporcionen plenitud. El ser humano necesita saberse útil, tener una función. Aunque la vida no tenga sentido, tiene que tener sentido vivir.

Los mayores no deben desvincularse del mundo ni, mucho menos, del mundo de los mayores. Todavía tienen mucho que aportar. La sociedad no puede permitirse perder algo tan valioso. Si solo valoramos el trabajo y la productividad como elementos que conforman al ciudadano, estamos dejando escapar una increíble riqueza humana.

Es necesario desvestir a la vejez de ese sentimiento de inutilidad. Evitar el reparo a expresarse por el miedo al rechazo de los más jóvenes. El cambio tiene que venir de la relación entre generaciones. La sabiduría y experiencia del mayor y el tesón e idealismo del joven deben ir de la mano para lograr una mejora social inteligente y pausada. De ahí que cada vez se fomenten con más fuerza las relaciones intergeneracionales.

Picasso decía: “Cuando alguien me dice que ya estoy demasiado viejo para hacer algo, corro inmediatamente a hacerlo”. No podemos dejarnos vencer por la vejez y las connotaciones sociales que conlleva. A los 60 años aún queda toda una vida por delante, aprovecharla depende de cada persona y de la situación que viva. Los mayores no pueden caer en el sentimiento de inutilidad. Si uno se siente parte, nadie le puede limitar sus deseos de vivir y de hacer cosas por la comunidad y por sí mismo. Que cuando le pregunten “¿usted qué era antes?”, pueda responder, “yo sigo siendo todavía”.