Cuento
“Margarita está linda la mar, y el viento...”, pero el terruño de Rubén Darío, poeta nicaragüense, lastimosamente no está hoy para cuentos con “esencia sutil de azahar”. Nuestra hermana nación centroamericana, tierra de lagos y volcanes, se agita peligrosamente entre reclamos sangrientos a una vuelta al pasado dictatorial que trajo consigo una guerra civil. Retomar aquellos años de inestabilidad, en un mandato extraviado en su norte, como el que se percibe de Daniel Ortega, quien en su momento fuera parte del ideal de liberación de este país, resulta no solo triste sino desalentador para aquellos que en pos de días mejores dieron su confianza al que hoy exigen se vaya del poder.
La prueba de vida entregada por el pueblo nicaragüense está en los más de trescientos muertos que han sucumbido ante la violencia generada en las calles coloniales de este territorio, a causa de políticas públicas impopulares. De esa nefasta nube de arraigo al poder que refuerza la teoría de la injusticia y el “fin justifica los medios”, por parte de sectores contrarios al derecho democrático que da el voto electoral a un pueblo con ideales, mas no con libertad de decisión como vemos ocurre en la tierra del Momotombo.
Es de reflexión obligada como seres humanos desear que la singular nación no se convulsione en un “río de desastre”, como llamó Cristóbal Colón en su cuarto viaje al río Grande de Matagalpa, donde perdió una de sus naves ante los embates de sus aguas. La aguerrida Nicaragua marca nuevamente su historia con los abusos que engendra el desmedido poder político de unos cuantos. Sin importar el valor de la vida humana, las conquistas a punta de sacrificios de hombres y mujeres que un día alzaron el fusil en contra de autócratas. Cuya única razón fue despojar al ciudadano de su derecho de ser.
Si bien es cierto, no es la voz del hombre sencillo que clama respeto a ese mismo derecho de crecer en democracia, ni la voz apasionada de la sociedad nicaragüense y el clamor de la Iglesia la que han logrado detener la voracidad del monstruo del poder. Dios quiera que no sea otra vez una guerra civil la que vuelva a lacerar las más nobles ideas de la tierra del “rey que tenía un palacio de diamantes… y una gentil princesita…”.