Opinión - 18/7/18 - 12:00 AM

Niños

Por: Por: Milcíades Ortiz Catedrático -

El “microuniverso” donde pasé mi niñez fue la calle Primera Parque Lefevre, en Río Abajo. Era una vía de asfalto con huecos, de poco más de cien metros de extensión. Después de allí, existía otra realidad socioeconómica, aunque fuera la misma calle. En los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, la mayoría de las familias de mi comunidad eran de clase media baja. Aunque había una enorme casa de madera de cuartos. Comenzaba a extenderse la ciudad, que años atrás llegaba hasta lo que es hoy Carrasquilla. En el barrio habitaban familias de origen italiano, antillanos, descendientes de colombianos y otros. El sitio era semirrural, rodeado de lotes baldíos, que a los niños les parecía la selva de Tarzán. Allí encontraban minizoológicos y algunos chiquillos nos convertimos en cazadores.

Papá nos enseñó a cazar animales con una vara y un lazo. Capturamos iguanas, camaleones, y hasta un pequeño lagarto. Con trampas atrapamos zarigüeyas, ardillas y palomas. Valientemente atacamos con palos a las culebras que se encontraban con frecuencia en los matorrales y hasta en las casas. Se luchaba contra las avispas negras que causaban fiebre si nos picaban, lo mismo que los comejenes y los gusanos. Con un trapo llegamos a capturar murciélagos que se metían en la casa y aterrorizaban a mi madre. Tuvimos una niñez con bastante libertad porque no había los peligros de la calle como ocurre actualmente. Recuerdo como si fuera hoy. Me emociono al ver la calle donde hacíamos la “guerra de piedras”.

Unos muchachos se ponían en los extremos de la vía, y comenzamos a tirarnos piedra, no sé por cuál disgusto. Apenas golpeaban a uno, se acababa la batalla. Por años andábamos armados con biombos. Servían para defenderse de las culebras y otras alimañas, pero también se usaban contra los “enemigos”. Nos sentíamos verdaderos vaqueros de película. Se daban combates a puño. Logré que mis padres me regalaran guantes de boxeo e instalé un “gimnasio” para resolver las diferencias sin hacerse daño. Contrario a las acciones violentas de hoy. Después de la pelea no era de extrañar que los combatientes salieran abrazados. Algunos atrevidos caminaban más de un kilómetro para ir a pescar en una zanja, cerca de un manglar. Esta aventura no la conocían nuestros padres. En esa época no había tanta malicia ni violencia contra los niños. (El año pasado se registraron casi tres mil casos contra la libertad e integridad sexual de menores...).