Opinión - 01/10/17 - 12:00 AM

El buen pastor

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La Villa de Los Santos, emblemática región de nuestra nacionalidad, se ha visto sacudida por dos hechos que han despertado a sus habitantes de la habitual placidez con que transcurren sus días. Por un lado, el sonado caso de Los Galleros y por el otro, la renuncia del cura del lugar, un hecho incluso de mayor resonancia que el anterior.

Para el catolicismo, sacudido por escándalos de índole sexual a nivel mundial que han llevado curas hasta la cárcel, la renuncia de Pablo Hernández, cura párroco de la iglesia de San Atanasio, debe verse como un acto de valentía.

La razón que haya tenido Hernández para colgar la sotana es, en el fondo, irrelevante, ya que el ahora exsacerdote se levantó contra la hipocresía y los falsos llamados, que en el fondo lo que ocultan son otros problemas que deben verse a la luz de la psicología.

Se puede ser buen cristiano, guía de juventudes, pastor sin sotana porque lo más importante es tener el espíritu de Cristo y no andar con hipocresías.

El hecho de que Hernández renuncie a continuar como sacerdote de la iglesia no significa que sea mal cristiano, simple y sencillamente, sin morbo de ninguna clase, tomó una decisión meditada y consultada en torno a su vocación. Su decisión puede ser criticada, pero debe ser respetada.

El tema trae un viejo debate. ¿Se debería permitir el matrimonio a los sacerdotes, tal como sucede en otras denominaciones religiosas? Muchos consideran que sí porque el cura es un ser de carne y hueso que –al igual que todos– necesita el calor de un hogar. Hay otros que sostienen que ese matrimonio es con la Iglesia y que una familia puede distraer la obra que ese siervo de Dios debe cumplir. ¡Los tiempos cambian y quizás la Iglesia deba revisar nuevamente ese tema!