Él no es Dios de muertos, sino de vivos
“Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el
“Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter en sí todas las cosas”, Fil 3,20-21. Creemos firmemente en la Resurrección de Jesucristo y en la nuestra.
Es el mensaje central de la Iglesia, “Él resucitó y no muere más y nos ha abierto las puertas al cielo. Resucitaremos con Él gracias al poder infinito de Dios”.
Participaremos de la gloria divina, de la verdad y belleza de Dios, de la vida del Dios omnipotente y omnisciente, del que es amor eterno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para siempre, por siempre.
“Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído aquellas palabras de Dios cuando les dice: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es un Dios de muertos, sino de vivos”, Mateo 22,30-32. Nosotros no seguimos un cadáver ya pulverizado, ni la memoria de alguien célebre, ni honramos a un héroe muerto, sino al Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, que está vivo, radiante a la derecha del Padre. “Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Él, poniendo su mano derecha sobre mí, dijo: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades”, Ap. 1,17-18.
Los apóstoles son testigos de la resurrección y nosotros por fe, don de Dios, creemos firmemente que Cristo venció a la muerte y que está vivo entre nosotros. “A este Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros, que comimos y bebimos con él, después que resucitó de entre los muertos”, Hechos, 10,40-41.
Jesús nos promete resucitarnos y estar con Él para siempre. “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite el último día”, Juan 6,40. El fin de Jesucristo como Buen Pastor es buscar a la oveja perdida, incluirla en el rebaño y llevarla al cielo. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día, Juan 6,54. Cristo Jesús es nuestro Salvador y el recapitulará todo y lo entregará al Padre: “Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes”, Juan 14, 3. Pero no olvidemos, ese Resucitado es el Crucificado, con quien somos invencibles. Mons. Rómulo Emiliani