Opinión - 08/9/17 - 12:00 AM

Fea

Por: Milcíades Ortiz Catedrático -

Estábamos entusiasmados por la aventura que tendríamos a minutos de la casa paterna de calle 1.ª Parque Lefevre. Disfrutaríamos de una mañana de playa, en compañía de otras familias que también aprovechaban el domingo para ir a ese lugar. Mi hermano Orlando y yo haríamos demostraciones de nadar, lo que aprendimos en El Valle de Antón. Una corriente de agua salada se introducía en la desembocadura del río sin ningún problema. Hace poco visité el lugar y me horroricé ante la cloaca contaminada que encontré allí. Habían pasado poco más de 50 años de esta ciudad que sus habitantes han dañado en muchos aspectos.

Viendo las aguas negras recordé que también en los años 50 las familias iban al río Pueblo Nuevo. Ahora la gente ni se atreve a mirar esa alcantarilla llena de agua maloliente. Las personas de la tercera edad somos testigos de lo fea que es la ciudad de Panamá, aunque tenga brillantes edificios y restaurantes costosos. Todavía suspiro buscando el aire puro y salado que la brisa refrescante cubría en todo el sector de San Francisco hasta Punta Paitilla. A veces dudamos de que algunas personas iban con destornilladores y golpeaban las conchas de deliciosos moluscos que se comían ahí mismo con limón.

Eran famosas las iguanas negras y ratas de Punta Paitilla, sitio lleno de árboles mecidos por una deliciosa brisa. La bahía no tenía el mal olor que más de mil millones de dólares no han podido limpiar en los últimos 10 años. Nos podíamos bañar en toda la Avenida Balboa, a pesar de que en donde está el Mercado de Mariscos aparecían tiburones. La chiquillada también disfrutaba de la playa hasta Barraza. En Las Bóvedas, Ud. podía pescar y conseguir almejas para su almuerzo. En esos años, la ciudad era pequeña, pero amigable. La cantidad de árboles que tenía y los pocos edificios altos nos regalaban un clima fresco con poca contaminación. Los manglares que rodeaban parte de la ciudad, permitían la existencia de peces, camarones, cangrejos y otros mariscos para el consumo humano.

Esa ciudad no era ruidosa, y se podía caminar en sus aceras y siempre se encontraba un lugar donde estacionar un auto. No existían los tranques. Estaba prohibido que los buses llevaran pasajeros de pie y el pasaje costaba un real. Se podía comer con medio dólar y ver dos películas por cinco reales. Había poca delincuencia y al año no se daban 50 asesinatos. Tampoco existía la intolerancia, causada por una ciudad estresante. Aunque mostremos al mundo las modernas construcciones de ahora, para muchos vivimos en una ciudad fea.