Jerusalén
La ciudad de Weimar, en el estado federado alemán de Turungia, es famosa por muchas razones: otrora capital de la primera República germana, urbe medieval de notables rasgos y cuna del estilo “Bauhaus”, con sus edificaciones simplistas públicas. Sin embargo, cerca está una arboleda, de la cual se oculta el campo de concentración de Buckenwald.
Del infame complejo nazi solo queda el portal y el crematorio, donde miles de judíos perecieron a manos de las “SS”. Con solo entrar a ese tétrico lugar, uno comprende los horrores del Holocausto. En 2001, visitamos ese sitio lúgubre. La guía nos explicaba que los habitantes de Weimar se negaban a reconocer la masacre que ocurría en sus lares. Tanto es así que en abril de 1945, los estadounidenses prácticamente obligaron a los moradores de la vecina ciudad a presenciar “in situ” lo que los soldados fascistas hicieron con millones de vidas inocentes al caer el Tercer Reich.
Ese día que visitamos Weimar, comprendí por qué el pueblo judío anhelaba volver a la denominada “Tierra Prometida”. De que esta fuera la razón para que en 1948, un grupo de próceres liderados por David Ben Gurion fundara el Estado de Israel, en momentos en que ocurría la invasión de los países árabes, que no reconocían la nueva nación judía. Había concluido la “Diáspora”, tras casi 19 siglos de persecución e intolerancia religiosas.
Un hecho crucial de la conformación del Estado de Israel es la recuperación de la Ciudad Vieja de Jerusalén, durante la “Guerra de los Seis Días” en 1967. Fue cuando se volvió a orar en el Muro de los Lamentos, lugar sagrado del judaísmo. Pero también fue el punto de inflexión de la “Cuestión Palestina”, que en recientes décadas tomaría mayor fuerza en Medio Oriente, esgrimiendo el argumento de implementar la Resolución 181 de la ONU.
El pasado miércoles, el presidente Donald Trump cumplió una promesa que hizo a líderes israelíes, durante la campaña electoral de 2016: de que Estados Unidos de América (EE.UU.) trasladaría su embajada de Tel-Aviv a Jerusalén, en respaldo a su aliado estratégico y como consolidación del reconocimiento de la histórica capital israelí. Por supuesto, la prensa norteamericana vinculada a los demócratas intensificó sus críticas a este paso tomado por el mandatario republicano, establecido por el Congreso estadounidense en el “Embassy Act” de 1995.
Tarde o temprano, el Proceso de Paz iniciado en 1993 por Isaac Rabin, Shimon Peres y Yasser Arafat se encontraría con el escollo de definir el “status quo” de Jerusalén. Israel jamás se ha negado al diálogo, pero tampoco la contraparte palestina coopera. Persiste el no reconocimiento del Estado judío, que se vulnere su seguridad y se promueva la violencia contra los israelíes.
Oremos para que la diplomacia logre un punto de concordia en Medio Oriente. Todavía la paz es posible, pero para llegar al entendimiento, mucha agua todavía debe pasar debajo del puente. Larga vida y prosperidad para todos. Saludos, amigos...