Opinión - 14/7/17 - 12:00 AM

Abogacía, una profesión incomprendida

Por: Por: Aneldo Arosemena Abogado -

No existen ni “verdaderos” ni “falsos” abogados, todo el que, luego de concluidos sus estudios superiores de derecho, obtenido su título de licenciatura y llenado los requisitos exigidos, obtiene la idoneidad expedida por la Sala Cuarta de Negocios Generales de la Corte Suprema de Justicia obtiene el título de abogado.

Muchos, sobre todo los jóvenes, acceden a la carrera premunidos de un idealismo digno de grandes causas, empero la áspera lucha por la sobreviviencia profesional les va mostrando que la injusticia tiene muchos rostros.

Injusticia del cliente malagradecido, que no valoró el empeño que se le puso a su causa; injusticia del juez que no apreció ni consideró la prueba salvadora, injusticia del fiscal tozudo y deformado profesionalmente que echó a un lado las causas de justificación o inculpabilidad del imputado.

Empero, la más grande injusticia viene de una opinión pública ignorante que condena y absuelve, sin el menor conocimiento de la ley y que juzga según sus miedos, prejuicios e ignorancia, convirtiendo al abogado en un sicario del derecho o un maleante de saco y corbata.

Ciertamente hay malos abogados, pero más que por el título profesional, lo son porque en esencia son malos y deshonestos como personas. Ninguna profesión puede ser definida intrínsecamente buena o mala, aislándola de los valores morales, la formación familiar e individual del sujeto que la ejerce.

Nadie que no haya estado en un trance de perder su libertad por una acusación injusta o buscar auxilio ante un mal inferido con dolo, sabe los valiosos servicios que presta el abogado a la causa de la justicia -cuya más cercana definición sería “dar a cada uno lo que le corresponde”.

Aquellos que denuestan la actuación abogadil, porque probó que fulanito no violó, robo o asesino, no saben el daño que le hacen a la sociedad y a sí mismos, porque se descalifican moralmente para contratar a un abogado que los asista en caso de pasar por un drama similar.

La misma etimología de "Ad vocatus", el llamado, le da el signo de su misión al profesional del derecho, es el llamado en auxilio y socorro de quienes tienen que enfrentarse a la sociedad, representada por el Estado.