Cuba, al mejor estilo de ‘La casa Rusia’
Julio César Caicedo Mendieta
Colaborador
Si algo se le pegó a Cuba de Rusia, y para siempre, ha sido la monotonía de la austeridad socialista; tan firmemente como el grajo de los huevos de un camello a otro recién bañado a la fuerza. El sistema cubano, antes del congelamiento de la barba del Número Uno, podía determinar con eficacia hasta cuándo y cómo debía morirse uno. Ahora, sin el caballo, los estalinianos caribeños viven inmersos en un país de dudas como en la novela de Jean Le Carré, en la que los espías rusos, ingleses y gringos de la CIA se debatían entre engaños, maniobras, despistes e informaciones manipuladas para que los supuestos enemigos se fiaran. El caballo, su uniforme y su barba están esperando congelados desde comienzos del 2007, luego de tres operaciones fallidas en el intestino grueso, dañado por comer tanto jamón serrano. Desde entonces, desatinos garrafales como las armas bélicas que pretendieron pasar por el Canal en el oxidado barco coreano Chong Chon Gang no han cesado, unas detrás de otras. Esto es un colapso anunciado, el problema es como decir que Fidel no está.
Pero siguen con las viejas triquiñuelas y ahora que ya tienen el camino trazado para volver al penúltimo modo de producción de la humanidad: El capitalismo (Recuerda pifo que la historia económica fue así: Recolectores, esclavitud, feudalismo, capitalismo y el último el comunismo, todos ellos demoraron siglos, menos la gran estafa del comunismo que se inició en 1917 y se acabó) y ahora que tienen las bendiciones del papa y las anuencias de EE.UU. y Canadá para descongelar las barbas de Fidel, enterrarlo con toda la solemnidad del caso, están desarrollando un ejercicio como el de la casa Rusia, visitas de cariño a los dobles del “caballo” como las cumplidas por las despistadas mandatarias de Argentina y Brasil y tomen en cuenta la carta plomo que le mando el sistema a Maradona que no sabe leer ni escribir muy bien, ni puede entrar al Japón por su fama. En la isla del desencanto perdurará mucho la cultura de los “espiocratas”: todos se vigilan como en los buenos tiempos que delata la novela de Jean Le Carré: “La casa Rusia”, el mismo escritor de “El sastre de Panamá” que se equivocó porque con su narrativa tan pobre debió titular su creación con el nombre de “La murga de Panamá”, o asesorarse primero con el escritor de refritos Paulo Coelho.
Atando cabullas, algo huele a mirto en la Isla, porque escuché a un supuesto disidente hablar en el canal Latino para Latino, que en Cuba se sabe poco sobre la salud de Fidel, pero que se está remozando la calle que da al cementerio, que nadie puede pasar mientras se hacen los remiendos, tal como lo practicaban los soviéticos cuando el kremlin visitaba alguna región: Arreglaban toda la ruta que tomaría la comitiva, colocaban niños hermosos al paso, flores, puercos gordos y a los partidarios mejor vestidos aplaudiendo como unos trastornados.