Delito de silencio
Con frecuencia, callamos, a medida que nos hacemos mayores, en lugar de aprender a desinhibirnos y manifestar sin cortapisas lo que pensamos. Hace años leí que “los
Con frecuencia, callamos, a medida que nos hacemos mayores, en lugar de aprender a desinhibirnos y manifestar sin cortapisas lo que pensamos. Hace años leí que “los padres enseñan a hablar a sus hijos pequeños; ya crecidos, los hijos enseñan a sus padres a callar”.
El silencio de los pueblos fortalece el poder absoluto, el proceder arbitrario de los gobernantes, el obediente comportamiento de los representantes parlamentarios que no parlan, que siguen sin objeción alguna las consignas del partido, del mando.
El pleno ejercicio de los Derechos Humanos no se alcanzará hasta que los seres humanos se expresen libremente, hasta que su voz sea oída y atendida por quienes ejercen, en su nombre y representación, el poder. No es casual que en la Constitución de la UNESCO, el “libre flujo de ideas por la palabra y por la imagen” figure en el mismo artículo –el primero- en el que se define a la educación como el desempeño del don supremo de la especie humana, la libertad, junto a su esencial acompañante, la responsabilidad. “Libres y responsables”.
Ya hace siglos que algunos “adelantados” a su época preconizaban la ineludible necesidad de manifestar sus opiniones para vivir “humanamente”. Es famoso el poema de Quevedo: “No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo. / ¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”.
Pero la inmensa mayoría de los ciudadanos siguieron siendo súbditos silenciosos, espectadores impasibles, testigos mudos y atemorizados de lo que acontecía. Y daban su propia vida sin rechistar.
Luis García Montero ha plasmado en unos inspirados versos el amanecer de la era del entendimiento y de la solución de los conflictos por la palabra: “Venga a mi, / en los ojos del joven que levanta la mano / y pide la palabra, / y confía sin más en las palabras…”.
Hoy, por fortuna, me gusta repetirlo porque es componente básico de la esperanza de cambio, el tiempo de silencio ha concluido. ¡“Delito de silencio”!… porque, gracias a la moderna tecnología de comunicación e información, se avecina la inflexión histórica de la fuerza a la palabra. Derechos Humanos, deber de palabra.