Dios es mío
Frecuentemente se hace referencia a la Navidad en cuanto a una oportunidad especial para convivir con la familia, para pensar en los demás, para hacer regalos, para ayudar a quienes tienen menos que nosotros.
Quizás sea válido que nos ubiquemos en otro punto para poder enriquecer todo esto. ¿Sería válido suponer que si nos encontráramos absolutamente solos en el mundo, podríamos esperar que, ese Dios que se encarnó para salvar a la humanidad, lo hubiera hecho solamente por mí…, es decir, por cada uno de nosotros? Esto es absolutamente absurdo, pues la realidad no se puede cambiar, pero el plantear esa hipótesis nos ayudaría a entender que la humanidad es un concepto abstracto, pues los que existimos somos las personas concretas, reales e individuales, aunque formemos grupos llenando los cinco continentes.
A lo que quiero llegar con esto es porque pienso que el Niño Dios nació en Belén por mí, y también por ti; por cada uno.
Cuando nace un niño en una familia cambian muchas cosas; sus padres adquieren nuevas responsabilidades, y así podemos entender que aquello que sucedió en un pesebre de Belén hace ya más de 20 siglos me exige vivir relacionándome con él. Hoy en día la mercadotecnia nos lleva a ver la Navidad como una época de comidas, bebidas, regalos y reuniones, perdiendo su verdadero sentido, pues Emanuel significa “Dios con nosotros”, y esto me resulta muy serio.
El hecho de reconocer la existencia de Dios debería tener consecuencias en nuestras vidas, y no porque Él lo necesite, sino porque nos conviene a nosotros. San Josemaría Escrivá dice en Camino 279: “La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. Cuando vivas vida sobrenatural, obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen”.
La luz de la fe en Jesucristo nos permite contemplar, con esa visión sobrenatural, las cosas y los acontecimientos; y entonces, ¡qué distinta aparece nuestra existencia! Los sucesos inesperados, las novedades que quizás nos han turbado…, cuanto, en fin, pueda ocurrir se nos presenta con su verdadero valor y sentido, pues sabemos que ese Dios que vino a vivir entre nosotros —y para nosotros— conoce todo aquello y espera una respuesta personal hacia Él.