En el 2018 seré cuentero para niños
Que no se hable más del asunto, ¡ya está decidido! La única mujer que me creyó todos mis cuentos y hasta se dormía del gusto recostada a mi lado respirando el humito de mi “cuecha” del habano partagás, antes de partir a la vida perdurable, me dijo: “Mijo”, cómo me encanta escucharte. Ahora, esa oración de una de las pedasieñas más lindas que haya pisado Capira me ha salvado innumerables veces en reuniones atestadas de pelaítos saltones, pues siempre los he dejado aterrados con cuentos de brujas, duendes y diablos al punto que los papás se me quejaban, ya que por semanas sus hijos metían ajos debajo de sus almohadas. Los tiempos han cambiado, los niños también, pero el anhelo por los cuentos no. Así que hace falta un movimiento efectivo que provoque el interés en los niños por la historia panameña, además de los cuentos del chivato, una de las formas más fáciles sería narrarles en forma de cuentos sucesos históricos ocurridos en nuestro país para que no te digan cuando adolescentes: yo no estaba ahí.
Finalizando 2017, hemos asistido a cuatro graduaciones de jóvenes de La Pintada en dos corregimientos distintos. En esas celebraciones notamos, además de la alegría, a muchos niños que repetían su asistencia en esos festejos de triunfo educativo, se explica porque acá todos son familia. Como cometí el error de contar cuentos en un rincón estratégico de la primera fiesta, el mismo grupito con unidades nuevas corrían, se hacían alrededor de mi taburete solicitando cuentos. Llegó el momento en que se me agotaron los de Tío Conejo, Tío Tigre y de la Tía Zorra y tuve que recurrir a verdaderas historias, claro que dramatizando con mucha vehemencia. Les conté una historia inventada allí mismo de lo que había escuchado del misterio de la campana de la iglesia de Olá, ese cuento duró 12 piezas musicales (los niños dejaban de “corrinchar” cada cuatro piezas y regresaban en fila por nuevos cuentos), me animé y, entonces, les conté parte de la gran lucha soberana del 9 de Enero de 1964, la dividí en ocho partes y antes del final, unas señoras que repetían sus platos de carne asada con bollos se acomodaron cerquita para escuchar, creo que por los ruidos de las balas que yo mismo disparaba y por los movimientos escondiéndome del ejército gringo en el palacio legislativo. Los pela’os de acá no aceptan repeticiones y están hartos de la Tulivieja, de Tío Tigre y de Tía Zorra.