Libre para el bien
La libertad es en nosotros una capacidad para crecer y madurar en el conocimiento de la verdad y la bondad. Esta capacidad es lo que caracteriza los actos propiamente humanos, con la que nos hacemos responsables de nuestras decisiones que pueden convertirse en fuente de alabanza o de reprobación, de mérito o de demérito.
Partiendo de estos principios, decimos que todo ser humano naturalmente busca lo que él considera el bien, nadie de manera racional busca el mal por el mal mismo; si alguno llegara a buscar el mal, en el fondo lo hace procurando, aunque equivocadamente, un bien mayor. Por lo tanto, la libertad en el hombre es una capacidad para el crecimiento en el bien. Si el hombre fue hecho por y para el bien y goza de libertad para alcanzar la verdad y la bondad, entonces, la libertad tiende naturalmente a Dios que es el sumo bien y la verdad por esencia. Sin embargo, para la persona, hasta no encontrarse con su Creador, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien real y el bien aparente.
Como sabemos, el bien el real es Dios, pero el bien aparente, que generalmente llamamos mal, es algo que parece que nos lleva a la plenitud, sin embargo, nos esclaviza. De allí que nos encontramos en una lucha en la que debemos no solo definir, sino decidir cuál es el bien real y cuál es el camino para alcanzarlo. Porque en la medida en que el hombre opta por el bien es más libre porque actúa conforme a su naturaleza, pero la desobediencia a Dios conduce a la esclavitud. La libertad se vive en la verdad y la verdad nos hace libres.