Los estigmas del VIH y la salud mental en la mujer
En Panamá existen alrededor de 15 mil personas viviendo con el virus de inmunodeficiencia humana, conocido por sus siglas como VIH. A pesar de los constantes avances en la medicina en cuanto a tratamientos para extender y mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen, sigue siendo un diagnóstico fatalista que afecta de manera directa la salud mental tanto de hombres como mujeres, y la mayor incidencia es en esta última.
Las presiones sociales, los estigmas son grandes flagelos tanto en el ámbito de la salud mental como en la población VIH positivo, en esta ocasión refiriéndonos al género femenino; y es que hay una particularidad sobre las mujeres VIH positivo, quienes tienden a autodiscriminarse y revictimizarse, según Edith Tristán, de la Fundación ICW Latina, dedicada a los derechos humanos y a combatir la violencia contra las mujeres VIH positivo; siendo así, la mujer se cuestiona, se culpa por tener la enfermedad independientemente de cómo la haya adquirido, agravándose en caso de tener hijos al recriminarse por “haber fallado como madre”, y es por ello que su salud tiende a decaer con más rapidez.
Estudios han demostrado que al presentar estos cuadros depresivos, tienden a ser más negligentes en cuanto a su tratamiento, con un menor índice de adherencia a los mismos y, por ende, de desarrollar el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) más prontamente. Dado los roles impuestos a la mujer, las muy combatidas etiquetas y que el llamado “peso del hogar” recae sobre ella, resulta comprensible el porqué de su estado anímico tiende a deteriorarse en mayor escala con relación a la del hombre portador.
Ser portadora de VIH suele ser visto como una sentencia de muerte, pero no por los tratamientos médicos que como mencioné anteriormente han avanzado grandemente, sino por la “muerte social” que implica el padecerla. Las lágrimas silenciosas, la máscara de bienestar, la aparente imposibilidad de rehacer su vida sentimental, aunado al autorreproche, por mencionar algunos elementos del día a día de estas personas, pero, a pesar del VIH, del sida o de la depresión, siguen siendo seres humanos, dignos de comprensión, empatía, perdón y solidaridad, pues dentro de esta población hay tanto mujeres como hombres profesionales talentosos y con mucho que ofrecer y, por lo anterior, resulta fútil el que sean discriminados.