Opinión - 25/3/18 - 12:00 AM

ROBERTO LEWIS

Por: José Morales Vásquez [email protected] -

Ha muerto un artista en un país sin arte. De Francia nos vino con honores y glorias. Y desde nuestros colegios de segunda enseñanza, y desde la Academia que él estableció, despertó inquietudes Humberto Ivaldi, su discípulo, está durmiendo aquí desde hace años. Pero los cuadros del artista prematuramente caído serán motivos también de recuerdos a su maestro. No importa que hubiese conflictos en la técnica ni en la construcción de las emociones, ya que por encima de todas estas cosas está el descubrimiento de don Roberto Lewis hiciera un día del joven de vocación irresistible y de fuerza creadora.

Los celos en el arte son fuerzas para crear y consecuencia de ese mundo en constantes vibraciones de los verdaderos artistas. Pero los juicios postreros que se ensayan son las respuestas serenas para llegar a la verdad y al conocimiento. Don Roberto Lewis será enjuiciado, y sus cuadros que adornan y prestigian hogares panameños, los defensores respetuosos de un artista verdadero.

Un día que prestigia al Ministerio de Educación de esta República se organizó y realizó una Exposición Nacional de Arte. Los consejos del maestro que estamos despidiendo sirvieron de orientación y pauta a los organizadores del certamen. No se trataba de exponer las obras de nuestros artistas con criterio selectivo. Se deseaba tan solo saber quiénes se dedicaban a la pintura y a la escultura en nuestra patria. Y vinieron de todas las provincias istmeñas jóvenes y viejos a exhibir sus lienzos. Y don Roberto aprobó el plan de los organizadores, y llenó una sala con sus cuadros, y sugirió que frente a su sala estuviera la de Humberto Ivaldi. Bien recuerdo sus emociones cuando se elogiaba tan merecidamente a su discípulo. Es la reacción de los maestros que solo pueden entender y apreciar lo que han vivido una vida tratando de enseñar y de dejar continuadores. Y otro día, al organizarse una nueva exposición nacional de pintura y esculturas, don Roberto recomendó entonces un jurado de admisión y un proceso selectivo. El mismo fue integrante de ese jurado, pero entonces no expuso sus últimas creaciones por un sentido claro de delicadeza.

La noche en que se clausuró la Segunda Exposición Nacional de Arte, en abril de ese mismo año el Ministerio de Educación anunció un homenaje nacional al maestro. Todas sus obras serían expuestas. Escuelas y colegios iban a enviar su mensaje, y los centros artísticos del país se preparaban para el justo reconocimiento. El día del cumpleaños de don Roberto había sido escogido para el acto de justicia. Pero Zita Lewis, la hija del maestro, se acercó una mañana a mi despacho a pedir que renunciara a ese homenaje porque el corazón de su padre ya se había cansado.

Ha muerto este artista de emociones hondas sin que el país le haya hecho un reconocimiento público.

Felices los que mueren dejando estelas de luz en su camino, los que construyen con fe, los que oficiaron con respeto en los altares de su templo y los que vieron con el alma las emociones altas y blanca de los sueños limpios. La patria agradecida se inclina reverente ante ellos, y sus tumbas se convierten por obra y gracia de los pensamientos redondos en manantiales de ideas y en fuerzas idealizadas de realizaciones y promesas. Aquí vendrán los artistas de mañana a purificarse sus sentimientos y a embellecer sus creaciones.

Roberto Lewis seguirá guiando la estética en el Istmo y mostrándonos los caminos del arte que supo respetar y amar.

Traigo el pensamiento de dolor y de pena del Conservatorio Nacional de Música y Declaraciones, el de la Orquesta Sinfónica Nacional, el de la Escuela de Pintura, el de la Academia de Bailes y del Departamento de Cultura que se encuentra triste por la muerte de su admirador y amigo. Y el próximo jueves en la tarde de ese día, un responso lírico en homenaje al maestro caído tendrá lugar en el Teatro Nacional.

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