Opinión - 09/8/17 - 12:00 AM

Sacrificio

Por: Roquel Iván Cárdenas Catequista -

La carta a los Romanos en el capítulo 12 nos exhorta a presentar nuestros cuerpos como ostia viva, santa, agradable a Dios. El apóstol nos hace consciente de nuestro sacerdocio universal como miembros del Cuerpo de Cristo, que nos insertamos en Él a través del bautismo. Nosotros que somos miembros de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, participamos en la ofrenda de nuestra cabeza, que es Cristo. Por esta comunión, nos ofrecemos en unión con Jesús en la eucaristía, cuando hacemos nuestro también el sacrificio de Cristo.

Es decir, el sacrificio de nuestra cabeza se une al sacrificio de nosotros que somos su cuerpo. De esta forma nuestra vida, alabanza, sufrimiento, oración y trabajos se unen a los de Cristo y es parte de su ofrenda. Haciendo una analogía es cómo las gotas de agua que se mezclan con el vino antes de la consagración y una vez consagrado, se transforma en la sangre de Cristo.

Estas cuantas gotas pueden representar nuestras obras, nuestras acciones que van al Padre junto a la Sangre de Cristo en comunión con ella.

Al inicio de la misa vivimos la oración colecta, donde presentamos todos nuestras intenciones y acciones, todo lo que somos y tenemos a través de este maravilloso sacramento. Posteriormente antes de la consagración vivimos el ofertorio, donde les presentamos a Jesús todo lo que somos y tenemos a través de un gesto simbólico, al dar parte de nuestros bienes en una colecta y presentamos al altar bienes materiales y bienes espirituales, para ponerlos en comunión con Cristo. Luego en una oración bellísima lo ofrecemos todo por Cristo con Él y en Él a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos amén.