Terraplén
Lo único malo que me sucedió en el Terraplén en más de treinta años de visitarlo con mis alumnos fue el hurto de mi maletín de profesor. Curiosamente, dos días después, una alumna me lo devolvió. Su padre lo había comprado como “ganga” en ese sitio por un precio cinco veces menor a su costo. Ya conocía el Terraplén antes, pues de niño mi padre lo visitaba para comprar herramientas a buen precio. Como ejemplo de la economía informal panameña, por muchos años llevé a mis alumnos de Periodismo y Sociología a ese mercado popular para que lo conocieran. Pero en los últimos años disminuyó el interés educativo de algunos estudiantes, que se negaban a vivir esa experiencia humana y económica.
Con los años hice amistades en ese lugar, donde muchos leen este periódico. Hasta me prestaban sillas cuando supervisaba a los alumnos en busca de noticias en ese sitio. A veces encontré personas disgustadas porque se les acusaba de vender objetos robados. Aseguraban que esto era falso. Muchos jóvenes exploradores (Boys Scout) compraban allí su equipo para acampar por sus buenos precios. Lo mismo campesinos que buscaban ropa fuerte que resistiera las inclemencias del agua y el sol. Era un placer para los curiosos revisar los puestos llenos de todo tipo de artículos, incluyendo antigüedades para coleccionistas.
Yo también conseguía mis artículos para realizar mi “hobby” de subir montañas. Por años adquirí bolígrafos del Ejército norteamericano que eran “macheteros”. Hasta compré una vez balas de cacería… Al viajar, me enteré de que en diferentes ciudades del mundo existían estos mercados populares. Varios eran incluidos en las guías de turismo. Como en Panamá, muchos de los emprendedores de esos mercados tenían años de realizar sus actividades. Hasta habían educado en las universidades a sus hijos. Me dolió saber que este sitio autóctono panameño iba a desaparecer por culpa del “progreso”.
La excusa ha sido el rescate de los espacios públicos. Aunque hayan trasladado esos negocios a lugares con aire acondicionado, han perdido su esencia popular… Espero que no conviertan esa área histórica en un lugar para turistas adinerados. El otro día, desde el Mercado de Mariscos, miré sus aceras desoladas y el corazón se me “achurró”. Me pareció ver como fantasmas a mis alumnos aprendiendo periodismo en este sitio popular. (Ojalá a nadie se le ocurra que para aumentar los espacios de la capital haya que tumbar… ¡la torre de Panamá La Vieja!).