Opinión - 16/4/17 - 12:00 AM

Y yo lo resucitaré el último día

Por: Por: Rómulo Emiliani Monseñor -

LOS SERES HUMANOS SIN DIOS VAMOS HACIA EL ABISMO Y LA TOTAL DESTRUCCIÓN.

Por la fuerza del pecado nos vamos aniquilando personal y socialmente. Tendemos a crear por nosotros mismos una cultura de muerte que se manifiesta en la desintegración familiar, en la injusticia social y la pobreza extrema, en el desastre ecológico, en las guerras y toda clase de violencia. Pero el amor de Dios, su misericordia y poder divino es infinitamente más grande que el pecado y la muerte. La gran profecía de Ezequiel se cumple en los redimidos por la muerte y resurrección de Jesucristo: “…y me colocó en un valle que estaba lleno de huesos. Los huesos cubrían el valle, eran muchísimos y estaban completamente secos…El Señor les dice: voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida para que revivan….Oí un ruido: era un terremoto, y los huesos comenzaron a juntarse unos con otros. Y vi que sobre ellos aparecían tendones y carne, y que se cubrían de piel….y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie”, Ez 37, 1ss.

CREEMOS FIRMEMENTE QUE TODO SERÁ RECAPITULADO, RENOVADO, RECONSTRUIDO, RESUCITADO, GRACIAS A LA MISERICORDIA Y EL PODER DIVINO. La resurrección es la respuesta amorosa de un Dios que no se dejará vencer por la maldad y por la muerte. El mal personificado por Satanás y las fuerzas destructivas humanas no solamente han intentado aniquilar todo lo creado por Dios, sino que quisieron acabar con el enviado del Padre, asesinando a Jesús. Pero Dios Padre lo resucitó de entre los muertos y a los que creamos en Él: “…sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con ustedes”, 2 Cor, 4,14. “Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y que yo lo resucité en el último día”, Jn 6,40. Dios quien creó todo de la nada, por pura misericordia divina, gracias a la muerte y resurrección de Cristo nos rescató de la muerte eterna… “Y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”, Efe 2,6.

JESUCRISTO ES EL GRAN VENCEDOR: Él es de quien Daniel 7, 13-14 dice: “Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre, el cual fue a donde estaba el Anciano; y le hicieron acercarse a él. Y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían”. Y en el Apocalipsis 20,11-12 dice la Palabra: “Vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él. Delante de su presencia desaparecieron completamente la tierra y el cielo…Y vi los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; y fueron abiertos los libros, y también otro libro, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados de acuerdo con sus hechos…”. Cristo Jesús, quien es el “Yo soy, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades”, Ap 1, 18, y es el que venció a la muerte y al pecado y “vendrá rodeado de esplendor y de todos sus ángeles y se sentará en su trono glorioso. La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y Él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras”, Mt 25, 31-32. “Él es el Rey de reyes y Señor de señores”, Ap 19,16 y es el que dijo: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día”, Jn 6,39. Él fue por el Padre Dios resucitado y está sentado a su derecha y es el mismo que fue crucificado: “Pero Jesús les dijo: ¿por qué están asustados? ¿Por qué tienen esas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean…”, Lc, 38-39. Él tiene todo el poder y la gloria: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá…”, Jn 11,25.

Nosotros creemos que nuestra historia no acaba con la muerte, sino que nos espera el cielo prometido, gracias a la muerte redentora del Señor Jesús con quien somos invencibles.