Católica, protestante, anglicana y judía: cómo es vivir entre religiones

En su infancia, ante la sociedad, Andreína era católica; pero a ocultas, recibía formación protestante. De adulta se acercó al judaísmo, aunque nunca se convirtió. Ahora, acude a la iglesia Anglicana.
Católica, protestante, anglicana y judía: cómo es vivir entre religiones

Católica, protestante, anglicana y judía: cómo es vivir entre religiones

Por: José María Torrijos Legazpi -

Andreína (nombre ficticio, porque la fuente solicitó mantener su anonimato) viene de un hogar cristiano no convencional: De padre católico no practicante y de madre Testigo de Jehová que dejó de practicar su creencia una vez se casó. 

“Mi mamá no era practicante, porque mi papá no la dejaba”, cuenta Andreína.

Aunque el padre no comulgaba, impuso su opinión y decidió que su hija debía acudir a un colegio de monjas y practicar el catolicismo. Así que Andreína se bautizó, realizó la primera comunión, le rezaba a la virgen y creía en los santos. Sin embargo, cuando el padre no estaba en casa, generalmente los fines de semana, la madre aprovechaba para llevar a casa a otros Testigos de Jehová para que le dieran estudios bíblicos a Andreína.

Y en ese ambiente creció Andreína: Católica ante la sociedad, protestante a escondidas cuando papá no estaba. Confusión total.

“Estaba en un colegio de monjas, de puras niñas. Pero en la casa mi mamá me decía: ‘No puedes decir amén en las oraciones, vas a decir así sea. Esas son representaciones demoníacas’ y muchas otras cosas más. Entonces, del otro lado, las monjas enseñándome religión, qué significa la virgen y la imagen. Todo bien enredado”.

Y, a pesar de tanta religión, Andreína sentía un vacío en su interior, porque ninguna de las dos creencias respondía a todas las dudas que tenía: “No me sentía cómoda con ninguna de las dos, porque no encontraba respuestas. Cuando uno se va desarrollando y tiene dos aprendizajes paralelos, bajo el mismo principio, se te crean preguntas en la cabeza. Yo preguntaba a las monjas ciertas cosas y solo se limitaban a responder que todo se debía al misterio de la Santísima Trinidad. En el caso de los Testigos de Jehová, siempre me decían que todo estaba en la Biblia y no querían profundizar en muchas cosas”. 

A pesar de esa insatisfacción, Andreína siguió comulgando en el catolicismo. Bajo esa iglesia se casó a los 21. “Seguía la corriente”, considera. Pero seguir la corriente no respondía sus dudas.

Por aquellas vueltas que da la vida, el esposo de Andreína empezó a tener cierta vinculación con el judaísmo. Como su pareja empezó a interactuar de manera constante con rabinos, ella aprovechaba hacerles preguntas sobre su fe. Siempre a través de su esposo y en pequeñas cantidades. Nunca más de dos preguntas por ocasión. “Los rabinos sí me contestaban las preguntas, y yo empecé a identificarme con el judaísmo”.

Aunque la conversión no era una opción -dice Andreína que la comunidad judía en su país natal, Venezuela, no es tan abierta como lo es en otros países y difícilmente aceptaban a personas que no tuvieran algún vínculo con su fe (ya sea porque heredan la religión por la línea materna o porque se casan con alguien que practica el judaísmo)-, ella decidió por su cuenta apegarse a las tradiciones  y celebrar las fiestas. Incluso, le celebró un bautizo judío a su hijo, el Berit Milá, aunque de manera clandestina (un rabino celebró la ceremonia como un favor, pero no tenía ninguna validez).

Eventualmente, se separó de su esposo y se alejó de la religión hebrea. Tiempo después formó una nueva familia con un hombre católico con el que tiene dos hijos. Como no podían casarse por la iglesia católica, celebraron su matrimonio por la iglesia anglicana.

Andreína tiene cinco años en Panamá y dice que ha notado que la comunidad judía es más abierta que la de Venezuela. Sin embargo, la conversión no está aún en sus planes. “Por mi entorno familiar”, explica.

Según Andreína, los hogares donde se profesan varias religiones no funcionan. “Alguien tiene que ceder”, asegura, “si nadie puede ceder, es mejor separarse”. Por eso, decidió postergar su conversión al judaísmo, porque quiere evitarle a sus hijos los tormentos que vivió ella en su infancia. “¿Por qué causarle confusión a los niños?”, se cuestiona.

Su plan es que, ya cuando sus hijos sean adultos y hayan dejado el hogar, se convertirá a la religión judía. “Es algo que me hace falta. Hacer la conversión me daría mucha paz, mucha tranquilidad”, reflexiona Andreína.

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