Vida - 05/5/25 - 06:25 AM

La Ciudad Prohibida: un viaje al pasado que atrae a multitudes

Lejos del bullicio capitalino, Xinzhuang ofrece un recorrido sensorial a pie de 1.74 km² por callejuelas donde escasean los vehículos.

 

Por: Rocío Martins Crítica -

Beijing no sería Beijing sin su famosa Ciudad Prohibida, ese imponente laberinto de palacios, patios y pasadizos que durante siglos fue el corazón del poder imperial chino. 

Hoy, aunque ya no vive ningún emperador entre sus muros, sigue siendo uno de los lugares más visitados del país asiático. Miles de turistas chinos, y algunos extranjeros curiosos, llegan cada día dispuestos a pagar su entrada y sumergirse en la historia de China y eso es lo fascinante: son solo edificios antiguos, sí, pero cargados de simbolismo. 

 Para los chinos, caminar por sus pasillos es como tocar las raíces de su identidad. Familias enteras viajan desde provincias lejanas solo para pararse frente al Salón de la Armonía Suprema o imaginarse a los eunucos conspirando en los jardines. No es solo turismo, es casi una peregrinación cultural.  

China ha sabido vender su historia como nadie

La Ciudad Prohibida no es solo un museo estático; es un espectáculo bien organizado: visitas guiadas llenas de anécdotas de emperadores, réplicas de trajes imperiales para fotos, hasta apps de realidad aumentada que reviven batallas y banquetes, han convertido piedras viejas en una experiencia interactiva y actualizada.  

¿Podría Panamá hacer lo mismo?

Claro que sí. En Panamá hay joyas históricas como 'Panamá La Vieja', el 'Caso Antiguo', 'Portobelo', entre muchos otros, pero a veces les falta ese "algo" que haga vibrar al turista. Imaginen tours con actores recreando la vida colonial, proyecciones nocturnas de cómo era la ciudad antes del ataque de Morgan, o mercaditos con artesanías inspiradas en los piratas y conquistadores. La historia no tiene que ser aburrida, y China lo ha demostrado.  

Mientras tanto, en Beijing, las colas para entrar a la Ciudad Prohibida siguen creciendo, porque al final, la gente no paga por ver ladrillos, paga por sentir que, por un día, camina junto a sus antepasados y eso no tiene precio.