Nacional - 31/10/21 - 12:00 AM

“Shemá Israel: El Señor, nuestro Dios”

Por: Luis Enrique Morán Colaboración para Crítica -

El poder de la oración jaculatoria judeocristiana [frases memorizadas y repetitivas] ha sido subestimada, calificada como aburrida y desconsiderada oración, inclusive por algunos que, “cansados” de lo “tradicional”, se van paradójicamente a otra tradición: los mantras.

El desconocimiento de las bondades de la memorización [pretendemos “saber” más que la neurociencia] y la ignorancia del valor de las tradiciones [estamos olvidando la antropología], nos lleva a posturas “modernas”, con corta visión hacia las cosas buenas de la tradición.

Ante cualquier movimiento antisemita y contra la tradición, Jesús nos recuerda su identidad de judío y su aprecio por el depósito de la fe milenaria del pueblo judío, de la cual nosotros —los cristianos— somos herederos. Por ello, cuando le cuestionan ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, Jesús recurre a una jaculatoria antiquísima: Shemá “escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc 12, 29-30).

La milenaria “Shemá [escucha] Israel” es la plegaria más sagrada del judaísmo, compuesta por fragmentos del Deuteronomio y Números, libros de la Torá, escritura sagrada del judaísmo, conocida en el cristianismo como el Pentateuco [5 primeros libros de la Biblia].

Jesús cita la tradicional plegaria, pues él no ha venido a deshacer la tradición, sino a perfeccionarla; por ello, agrega el segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; y de inmediato advierte: “No existe otro mandamiento mayor que éstos” (Mc 12, 31).

Quien cuestiona a Jesús es un maestro de la ley [un escriba] y no solamente secunda la respuesta de Cristo, sino que desafía a la élite religiosa y corrige los desvíos que tenía la tradición, cuando afirma que lo dicho por Jesús, “vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12, 33), que ofrecían los sacerdotes en el templo.

En Jesús tenemos al sumo sacerdote, puro y sin mancha; no necesita animales para ofrecer sacrificios al Padre, pues él es la ofrenda perfecta, palabra viva del Padre que debemos escuchar: “Shemá Israel”.

El enamoramiento de Cristo comienza por la escucha de su palabra y de los signos en nuestra vida. Jesús no pide poco, pide un amor con “todo” para Dios y para nosotros [autoestima]; pues, por el filtro de aquellos dos, pasa el amor al prójimo. Quien no ama a Dios y a sí mismo, no es capaz de amar a nadie. Hagamos uso de la herencia de nuestra fe: el mandamiento del amor. ¡Shemá Israel!