ROBERTO LEWIS
“Así continuó nuestra existencia durante algunos años sin que de ello podamos
quejarnos hoy. Creo, por el contrario, que las vicisitudes de la suerte nos
hicieron a ambos grandísimo bien. Bajo las necesidades cobró fuerzas nuestro
ánimo, fibras nuestra voluntad, templose nuestra alma al diapasón de los
desengaños y las decepciones, que son el más seguro lote de la vida; atizose
nuestra actividad y encalleció por modo considerable nuestra sensibilidad,
aniquilando aquellas susceptibilidades atávicas, aquellos escrúpulos tontos de
nuestra raza por todo lo que se nos antoja incompatible con nuestras
presunciones de Gran Señor.
Raro sería que un carácter y un talento como el de Roberto, sometido a tan
dura escuela, no adquiriesen a la larga el prestigio moral y la conciencia del
propio valer que dan el sufrimiento, la experiencia da la vida y la tenacidad en
la persecución de un ideal noble. El destino, que nos reserva en veces
compensaciones admirables, acaba de deparar a Roberto las suyas casi
simultáneamente. La constitución del antiguo Departamento colombiano de
Panamá en la República independiente le ha valido ser nombrado cónsul de la
nueva Nación en París.
De esta serenidad de ánimo ofrecida a su antiguo desasosiego, ha derivado en
positivo provecho su naturaleza artística. Dos obras suyas fueron admitidas
en este año al salón de Champ de Mars y elogiosamente comentadas por los
órganos más respetables de la prensa francesa: Le Temps, Les Dèbats, Le
Journal. Una de esas telas es un retrato de señora acaso un tanto académico,
procedente sin duda de la manera de Bannat y de los recuerdos de la primera
educación del artista. La otra es una cabeza de estudio libremente creada, obra
de imaginación y fantasía en que campea la sinceridad, el sentimiento personal
del artista. Esta tela ha alcanzado un éxito grande y eclipsado totalmente a su
compañera: ella implica una excelente lección para el autor determinando la predominancia del sentimiento sobre la manera y de la personalidad sobre el
procedimiento.
Más que Bonnat, más que la Escuela de Bellas Artes, más que a París debe
Roberto a su incontrastable vocación artística, al aprendizaje práctico de la
vida y a la ardua educación de la voluntad los primeros resultados apreciables
de su carrera, la cosecha de los primeros lauros. Roberto es un pintor
autodidáctico, y este es su mejor título de gloria. Cabe aplicarle la hermosa
expresión de Hans Sachs refiriéndose al Caballero de Stolzing en la escena de
la representación de los Maestros Cantores: “Si el arte inspira de veras, qué
importa quién fue su maestro.
Después de dos años de extenuada labor, Roberto Lewis ha regresado para
presentarnos una obra prodigiosa, sencillamente prodigiosa, consiste en diez
medallones pequeños, alegóricos de las artes y de los distintos géneros
teatrales, ocho panesus que contienen otros tantos pebeteros y tres lienzos,
representando La Aurora, el Día y la Noche, todo lo cual corresponde al foyer
y para la sala del teatro un gran plafond donde se mueven 32 figuras
escorzadas y un telón sencillo, encantadoramente sencillo y que es una
maravillosa audacia de procedimiento.
Si se medita en lo que Lewis ha llevado a feliz término en año y medio un tan
vasto y tan atrevido plan, hay que convenir en que el esfuerzo ha sido colosal
y en que el artista ha debido pasar por instantes de desesperado
desfallecimiento, antes de vencer la cumbre con la poderosa carga que se
había echado a cuestas.
Los diez medallones del foyer, son en su género modelos de bellezas, por lo
rico del colorido, por lo bien caracterizado de la época a que pertenece cada
uno, por la sabia ejecución y en fin por la armonía y la vida que flota sobre
cada uno de ellos.
Hubiéramos querido entrar a analizarlos separadamente; pero nos veremos
privados de este placer en gracia de la brevedad que apenas podemos
conseguir pasando ligeramente sobre algunos puntos de la obra de Roberto
Lewis.
CONTINÚA