Tres chorrilleros llorones
Acá en la comunidad de Piedras Blancas, corregimiento El Potrero, del distrito de La Pintada en Coclé, suceden cosas tan maravillosas que rebasan la imaginación, la inocencia, y eso porque solo DS es capaz de patrocinarlas. A Piedras blancas vienen a ver a su abuelita cada tres meses un trío de chorrilleros que, pese a sus edades de 5, 6 y 7 años ya son famosos en todo Coclé por sus travesuras.
La abuelita Vilma Arrocha y su señor, el tonosieño Ángel, trabajan arduamente en su empresa de chorizos. Y dice el santeño con orgullo que su mujercita se mueve tres veces más que una chinita de tienda y que por eso se mantienen alegres y muy ocupados, ya que la demanda por los chorizos artesanales es grande. Bueno, la última vez que vino el trío chorrillero al campo no habían terminado de bajarse del transporte cuando ya estaban libres y sin camisa abrazando y saludando al abuelo: __¿Qué sopá, abuelo?, le dijo el más grandecito. ___¿Qué “ee” lo tuyo abuelo feo?, le dijo el segundo. Y ¡Abuelitooo!, gritó el tercero, y los tres corrieron a los brazos de la abuelita con un amor extraordinario. Ella estaba perfumada de cebolla, ajos y culantro por la faena de los chorizos santeños que los turistas compran por cientos cada semana.
Como decimos por acá, los niños le echan tierra a uno en los ojos y más cuando invaden entornos con olor a mierda de vaca, cantos de pájaros, el croar de ranas invisibles, relinchos y salomas lejanas.
No habían pasado 10 minutos cuando se escucharon los ayes y los gritos de los chorrilleros. ¿Qué pasó? ¿“Jagguna culebra”? Y saltaron los abuelos dejando de picar la carne de puerco y los ingredientes, y corrieron detrás de la casa desde donde se emitían los llantos y gritos de los traviesos. Y fue que los angelitos dispusieron urgar con un palito el nido de una gallina fina recién acabada de reventar sus 12 huevos empollados. Dice el santeño que el ruido de las aletazos y picotazos de la culeca sobre los chiquillos era feroz.. ¡“Joo, los “cuerearon, compa”!: Tra, tra, trácata... a cada uno le daba tres veces aletazos y picotazos. La ágil gallina casi que volaba enfurecida soltaba a un niño y cogía al otro, hasta que llegaron los abuelos a salvarlos. Todo ese fin de semana gracias a la rejera que les dio la gallina a esos pelaítos, al primer amago de una travesura, los amorosos abuelos decían: ¡Viene la gallina, carajo!, para que se quedaran quietos dedicándose a saludar con respeto y cariño a todos los viejitos que pasaban por la venta.