Envejecer: un crimen para la mujer
Envejecer es un proceso natural de la especie humana; aquellos que tienen la dicha de llegar a la adultez mayor y, sobre todo, en buenas condiciones, tanto físicas como mentales, se pueden dar por bien servidos. No obstante, hay un fenómeno que siempre me ha llamado la atención en cuanto a la vejez del hombre y la mujer, ya que es percibida de manera distinta.
¿Alguna vez se han preguntado por qué son las mujeres quienes se esfuerzan más por ocultar el proceso de envejecimiento? Hay infinidad de cremas, lociones, tratamientos “antienvejecimiento” orientados a mujeres, claro que nunca falta uno que otro hombre que le dedique uno que otro brebaje para verse más joven, pero a lo que me refiero en específico es al hecho de que la mujer carga un estigma mayor que el hombre a la hora de envejecer.
Dicen que las canas son “sexy”, sí, en los hombres, pero en cambio para las mujeres existen tintes en todas las tonalidades y numeraciones para cubrir las mismas. Si un hombre va a la playa un fin de semana de verano a hacer pavoneo de una pronunciada barriga cervecera sin ningún tipo de pudor, es completamente aceptable y “normal”; por otro lado, si una mujer en la misma circunstancia tiene la osadía de lucir un abdomen con estrías producto de algún embarazo previo, flacidez por la falta de tiempo para hacer ejercicio o simplemente por el natural transcurso del tiempo y la factura que este le pasa a nuestro cuerpo, la mujer es, si no mal vista, no destacada, lo cual puede ser lacerante en la autoestima.
También hay belleza en las mujeres adultas mayores, en sus canas, en su piel, en cada inflexión que pueda tener en su rostro o cuerpo; como dicen, “la belleza está en el ojo de quien la mira”, y ciertamente hay belleza, solo que quizás no existe la costumbre o no se ha aprendido a verla. Condenar a la mujer al mundo del consumismo estético, vender sueños de vanidad (por la razón que sea), no debe ser una presión social más para nuestro género.
Cierto es que siempre queremos mantenernos bellas, elegantes y distinguirnos físicamente, sin embargo, no es una cruz con la cual se debe cargar; no hay nada mejor que ser admirada o admirar la belleza en su forma natural y pura. La reflexión que busco con este artículo es que la mujer, cuando envejece, no debe sentirse obligada a retardar este proceso natural de la condición humana debido a las cadenas sociales impuestas o por miedo a sentirse menos atractiva; si lo piensan, la mayoría de los hombres no lo hacen, por el contrario, proyectan su “madurez” como un activo que los hace sentirse más encantadores.