El periodista
El periodismo no es un oficio: es una vocación, y se necesitan muchas condiciones para ejercerla.
El periodista no solo proclama la noticia: la traspasa. No solo busca las cuerdas de donde procede, sino que enciende el ojo mágico de su linterna para darle luz. No solo juzga en el presente, sino que pronostica hasta dónde puede llegar el mal en un futuro.
El periodista no es un novelista que inventa, crea y maneja las cosas con su imaginación. Ni un biógrafo que describe hechos, características, formación y actuación en la vida de los hombres que presenta. Ni un poeta, que lleva dentro el instrumento de su canto, que pasea el mundo haciendo nacer rosas al sentimiento y que cambia la pupila de la humanidad.
El periodista, cuando capta la noticia, no solo tiene que asimilarla, sino someterla a juicio, desmenuzarla, dar razones serias, reflexiones imparciales y soluciones libres de ofuscación y de apasionamiento.
El periodista es jinete, batallador, filósofo, profeta, conductor y maestro.
¡Qué senda tan tortuosa cuando sale a defender verdades por el camino, y a proteger hogares de las cadenas que quieren arrebatarles su libertad y su fe! Anhelan hombres libres, felices, de Dios, de esos que saben amar, conducirse y rezar.
¡Qué responsabilidad la de su talento!
Ante tantas caretas en el semblante, tantos disfraces en la figura, tantas posturas falsas, tantos halagos aparentes, tanto torcido bajo cuerda, tanto lodo en río revuelto ¡y tantas incógnitas tras el telón!
Nos hemos vuelto un doble mundo lleno de desconfianza, interés, hipocresía y materialismo.
¡Qué laberinto tan intrincado es a veces la vida del periodista! Debe saber mirar a corto plazo el dolor de los pueblos, y a largo plazo, la realidad de sus destinos.
Un buen periodista no quiere frutos amargos en el cuadro del mundo, ni Constitución minada en su base por los mismos que la proclaman, ni deformaciones a las verdades, ni sombras por los rincones, ni razones ocultas, ni destapes irremediables.
A un buen periodista no hay manos que le sujeten la conciencia, ni vendaje que le tape las heridas del mal, ni nada que le cierre la boca a la hora de hablar ni le contenga la voz a la hora de la verdad.
La vida de un buen periodista no se “atasca” a la hora de la prebenda, del miedo ni del soborno.
¡Qué fuego tan tentador donde quemarse!
Los buenos periodistas de estos momentos históricos y cruciales de nuestra patria son los que, al morir, podrán decir:
“He trabajado por el mejoramiento de los pueblos. Por la justicia entre los hombres. Por el bien de mis semejantes. Por una patria soberana y feliz”.