El conocimiento de Dios
Hasta ahora hemos aprendido que Dios, infinitamente bueno, es principio y fin de todas las cosas y puede ser conocido por la razón humana, a partir de las cosas creadas. Esta capacidad es un don del Creador, dado a la persona humana y que es propio de su naturaleza hecha a su imagen y semejanza.
A pesar de esta capacidad innata del hombre, en las condiciones en que se encuentra en la actualidad, experimenta muchas dificultades para alcanzar la verdad. Diversas cosas, como son los sentidos, la imaginación, los malos deseos nacidos del pecado original, producen confusiones en el hombre que lo pueden llevar a graves errores. Esto provoca que fácilmente podemos ser convencidos de la falsedad o el error, por falta de estudio, pereza o por incredulidad al no reconocer las cosas que son difíciles de aceptar o incómodas. Por esta y muchas otras razones, es muy conveniente la iluminación que recibimos en la revelación de Dios. Como nos enseña el artículo 38 del catecismo de la Iglesia católica.
Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibíd., DS 3876; cf. Concilio Vaticano I: DS 3005; DV 6; santo Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 1 a. 1, c.).
Esto nos debe llevar a apreciar lo que tenemos y no dejarnos encandilar por otras religiones que, aunque son dignas de admirar, no poseen el tesoro de la revelación.