Subir
La suave brisa acariciando el rostro era el marco perfecto para ese ambiente mágico. La vista se iba por kilómetros, recorriendo valles, montañas y playas. Un silencio cómplice nos alejaba de los vaivenes y sofocos de la vida cotidiana de la urbe panameña. El aire sabía distinto porque estaba puro, sin la contaminación de miles de vehículos y tinacos con basura que no son recogidos por días. A esa roca no llegaba el escándalo del modernismo. Miré hacia mis pantalones y tuve que sacudir unas garrapatas que recogí en el pedregoso camino del Cerro del Picacho en San Carlos. Espanté unas hormigas negras, molestas porque estaba sentado en su territorio. ¡Qué no daría por vivir en ese sitio!...
Esa fue una de las últimas excursiones que recuerdo hice como parte de mi pasatiempo de subir montañas. No eran muy elevadas ni estaban cubiertas de nieve. Son sitios de Panamá que a veces no apreciamos. Esta costumbre se desarrolló desde niño, cuando con mi hermano Orlando nos metíamos por los matorrales de Parque Lefevre, Panamá Viejo, Hato Pintado y Río Abajo. Ya de adolescente con mi padre escalamos diferentes montañas de El Valle de Antón. Allí conocimos los restos de lava del volcán que existió hace miles de años, y que en esa época muchos dudaban de que fuera cierto.
Después Cerro Campana nos atrajo con su vegetación que ahora dirían que era de un parque jurásico, siempre caminando con cuidado para no pisar una culebra. Más adelante, en Chame veíamos kilómetros de montaña, playa y manglares que todavía el hombre no había afectado con su progreso. Pero uno de los cerros que más impresionaba es el de Ancón, pleno de soberanía y patriotismo. Hasta hace poco, veredas llenas de enormes árboles de Volcán nos transportaban a un contacto con la sencillez de la naturaleza… llegaron los años y el médico prohibió que hiciera esfuerzos exagerados subiendo montañas. ¡Qué lástima! Allá arriba me sentía en otro mundo. Lejos de la algarabía de los politiqueros que piensan cómo aprovecharse de los recursos del país.
Es lamentable que teniendo Panamá tantos aspectos positivos, entre ellos su naturaleza, cada día aumenta la explosión social por la mala administración. Duele ver los forcejeos de hombres, mujeres y niños con la policía, porque no tienen agua potable, vivienda, carreteras, y sus escuelas son un desastre. (Dice el Cholito Mesero que luchó bastante para dejar las garrapatas y disfrutar del bochinche de la ciudad).