Totorrón
No lo podía creer y por eso hice silencio. A lo lejos se escuchaba en pleno Pueblo Nuevo el canto de un “totorrón” o cigarra. Mi mente
Milcíades Ortiz / Catedrático
No lo podía creer y por eso hice silencio. A lo lejos se escuchaba en pleno Pueblo Nuevo el canto de un “totorrón” o cigarra. Mi mente se fue por el “túnel del tiempo” hasta mi niñez en la calle primera Parque Lefevre. Antes de la Semana Santa estaba llena de esos bichos cantores. Se decía que anunciaban las actividades religiosas.
Dos días después, en los estacionamientos de la Universidad de Panamá, pude escuchar varios cantos melancólicos de estos insectos. Pensé que las cosas están mejorando en cuanto a la protección de la naturaleza. Años atrás no se oían los “totorrones”...
Hace unos sesenta años, al llegar la Semana Mayor, mi abuela Teresa me pedía que la llevara al cine a ver películas religiosas. Como era niño, nos subíamos a un autobús que nos dejaba en la ciudad. Allí, en cines populares, mi abuela miraba con seriedad a actores gringos disfrazados de los personajes religiosos.
Cuando crecí y tuve auto, también cumplía los deseos de mi abuela. Tan importantes para ella. Al aparecer, la televisión bajó un poco la petición de la abuela querida.
Tía Elida obligaba a sus sobrinos a visitar las “siete iglesias”. Mi hermano Orlando y yo nos quejábamos de que “eran las mismas” luego de entrar a dos o tres, pero ella no hacía caso.
Mamá a sus hijos los llevaba a ver una procesión y hasta caminar un rato. Siendo niños eso nos daba pena y lo hacíamos con la cabeza baja. Para no aburrirnos, inventamos travesuras que lógicamente se le hacían a las niñas de la procesión.
Una de ellas era tratar de pisarles la falda larga que usaban. Otra, ponerles alfileres a dos, pero se convertía en algo imposible de lograr. También le hacíamos muecas a las chiquillas y varias contestaban el relajo. Esas niñas iban a la procesión igualmente obligadas.
El Viernes Santo aterrorizábamos a la tía Elida. Si nos decía que no subiéramos a un árbol porque nos convertiríamos en “monos”, lo hacíamos en forma burlona. Incluso íbamos a bañarnos a Panamá Viejo para ver si nos “convertíamos en pescado”...