Analfabetismo con rostro de mujer
Carmen adquiere un artículo cualquiera. Las letras en la etiqueta del envase son para ella una secuencia de trazos incomprensibles. En otra parte del mundo, María Dolores ha de cubrir un formulario; completarlo supondrá una ardua tarea que le llevará mucho más tiempo del previsto. A unos pocos kilómetros de distancia, Ana quiere escribir un mensaje de texto, pero para ello precisará de ayuda. María Dolores, Ana y Carmen, como millones de mujeres, a diario se enfrentan a situaciones cotidianas que para ellas suponen un reto porque no saben leer ni escribir. Según el último informe publicado por la Unesco, de los 774 millones de analfabetos que hay en el mundo, 493 millones son mujeres. Una proporción que, lejos de reducirse, apenas sufre modificaciones año tras año.
En el año 2000, la Asamblea General de la ONU aprobó los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Entre otros, garantizaba una enseñanza primaria universal y fijaba una fecha: 2015. Desde entonces, la tasa de alfabetización ha ido en aumento hasta alcanzar el 84% actual, pero cumplir el plazo previsto parece una difícil. El descenso del analfabetismo se produce a un ritmo constante pero lento y las zonas rurales son la asignatura pendiente de la mayoría de los estados. Otro dato preocupante y que imposibilita la universalización de la educación es la desigualdad entre sexos. A diferencia de los datos globales, la proporción de mujeres jóvenes analfabetas no disminuye y 36 millones de niñas, en su mayoría en el continente asiático y africano, están sin escolarizar.
La falta de recursos y el analfabetismo mantienen un estrecho vínculo y siete de cada diez personas que viven por debajo del umbral de pobreza son mujeres. Es por eso por lo que en aquellas zonas más empobrecidas, la diferencia entre sexos se agrava, si los escasos recursos con los que cuenta una familia permiten la escolarización de alguno de sus hijos, este suele ser el varón. También es el caso de los indígenas o habitantes de áreas rurales, donde la alfabetización es ya de por sí inexistente y se acentúa en el género femenino donde el aprendizaje supone una serie de sacrificios y tiempo que han de invertir en el trabajo.
“Un país no es más fuerte por el número de soldados que tiene, sino por su índice de alfabetismo”, proclamaba Malala Yousafzai en la recogida del premio Sájarov. Con solo 16 años, esta joven paquistaní lucha por la escolaridad femenina y la equidad de oportunidades. Malala, tiroteada por los talibanes mientras volvía de la escuela, es el claro ejemplo de que hay voces que desean ser escuchadas y, sin embargo, existen muchas más que buscan acallarlas. Y en esta lucha desigual, solo ganará aquel que ponga más empeño. Malala, y tantas otras, ya no se esconden.