Nicaragua
Lo que sucede en Nicaragua en estos días tiene los caracteres de una horrible matanza, en la que las principales víctimas son los jóvenes que han salido a protestar contra la represión y por una apertura democrática en el hermano país, gobernado por una dupla casi demoníaca.
Decía un célebre pensador que “los hechos en la historia se repiten dos veces, una vez como tragedia y otra como farsa”. Eso es exactamente lo que parece estar ocurriendo con el hermano pueblo de Nicaragua, que luchó durante décadas, a un coste humano increíble, contra la dictadura de la familia Somoza, para ahora caer en la dictadura de la familia Ortega.
Es allí donde aparece la farsa de la historia, ya que Ortega, uno de los más conspicuos comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fue un luchador irreductible contra el somocismo, para ahora quedar de portaestandarte de una sangrienta dictadura: la suya y la de la aprendiz de bruja Rosario Murillo.
Nicaragua deja lecciones que deben ser aprendidas por los pueblos, y es que donde la izquierda radical y oportunista gobierna, deja una secuela de sangre, muerte y sufrimiento, nada más veamos los ejemplos de Venezuela y Cuba, cuyos pueblos son aherrojados por feroces dictaduras.
Los panameños no podemos ser indiferentes ante el dolor y la represión que sufren los hijos del bardo universal Rubén Darío, debemos exigir al Gobierno Nacional una postura firme y sin ambigüedades frente al drama que vive Nicaragua. Lo más sano sería retirar a nuestro embajador hasta que el dictador dé una verdadera apertura democrática.
Mantener relaciones con un régimen que asesina a jóvenes es ser cómplice de esos asesinatos.