Macondo no existe, Catatumbo sí
A Penonomé y a Chitré les duele lo que está pasando en Panamá. A las 5:00 a.m. del viernes 29 de septiembre, después de las gracias a DS y de hablarles chiquito a las flores del rosal, tomé mi primer buche de café y sin más allá ni más acá decidí viajar a Chitré en busca de historias diferentes a noticias de allanamientos y asesinatos. Luego de 25 minutos de viaje del campo a la capital coclesana para tomar la Interamericana, entonces, rumbo a Herrera, me encuentro con un desvío en un lugar al que le llaman “El pentágono” porque había un cadáver en el camino. Al llegar a Penonomé, decidí ir al Boulevard Balboa de allá, que es el hotel Dos Continentes, lugar en donde la mayoría de los comensales estaban encrispados hablando del muerto en el Pentágono, del gallero, del alcalde santeño, del cura de La Villa, menos de la bandeja grande: Odebrecht.
Camino a Chitré, paré en Natá a dejarle un bollo con dos tiritas de queso blanco a una enfermera de la CSS tan solo por su esmerada atención con los jubilados y con los campesinos que llegan a ese hospital desde lejos. De allí, me detuve en Pocrí de Aguadulce para ver la Iglesia del Carmen un ratito, pues parece una postal en el cielo. Cuando llegué a Chitré ya era la 1:00 p.m. y tenía mucha hambre. Me detuve en el Corotú y pedí una corvina con patacones con un vaso de agua, $9.00 me costó, cuando en el Dos Continentes así de sabrosa me la dejan en mucho menos. A los 15 minutos reapareció en el firmamento el comentarista radial Rubén Ochoa, y se sentó en una mesa en donde se hablaba de compra y venta de “ganao”. Aproveché a saludar al encanecido locutor ocueño, que estaba con el ganadero Corro, el profesor y prestamista que apodan “El tigrito de Las Minas” y un comensal más, que era el que pagaba los tragos.
En media hora, ya había escuchado el mismo lamento que en Penonomé, y me recomendaron no cruzar a Los Santos porque allá era peor. Y como los chitreanos no nacieron para la tristeza comenzaron a disparar anécdotas. La primera la dijo Corro, de un señor perequero que había llevado a la corregiduría a su vecino porque las arrieras le habían deshojado todo el yucal. En esos tiempos los corregidores se reunían primero con el acusado:___ Oye, ¿y esas arrieras son tuyas? __Bueno, decile que yo tengo copia de mi ferrete aquí, si las arrieras lo tienen en la nalga, le pago el yucal entero__. Otra, esta del profesor “Tigrito de Las Minas”. Este señor fue muy amigo de Epiménidez Quintero, el finado “Tigre Montañero”, y heredó la cartera de clientes el “Tigrito”, que es muy educado, en un año tendrá que operarse la columna porque en el pecho descubierto lleva más anillos en collares de oro macizo que cualquier personaje del laureado escritor brasileño Jorge Amado. Y me confesó que el sepelio de su amigo no fue en Herrera, sino en la capital y que en varios busitos alquilados en Chitré se fueron decenas de amigos a la iglesia. Y como en todas estas despedidas finales se escucha lo mismo de siempre: Que era bueno, que estaba en la paz del señor, etc. En eso se levanta de un salto uno de los más allegados y toma al profesor “Tigrito” por los hombros y le dice alarmado:___ Se los dije que aquí “no e”, nos equivocamos de “muetto”____.