¿A quién esperamos?
¿Acaso esperamos a alguien quien con su poder nos va a dar riquezas y larga vida sin problemas? Si nuestra esperanza está centrada en alguien que nos va simplemente a proteger de los enemigos, aumentar caudales económicos y guardarnos de toda enfermedad, nos hemos equivocado de salvador. Jesucristo es superior a un ente espiritual que solo podría suplir necesidades materiales.
Nosotros esperamos al que se anonadó tomando la forma de siervo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida por nuestra salvación, que se compadecía de las multitudes porque andaban como ovejas sin pastor; nosotros esperamos que vuelva rodeado de sus ángeles y victorioso el que abrió las puertas del cielo al buen ladrón y a todos los pecadores arrepentidos y que perdonó a los que lo crucificaban. Nosotros aguardamos al que está en el Padre y el Padre en Él y que nació pobre en Belén y vivió siempre pobremente. Que empezó su vida pública rodeado de pecadores, haciéndonos ver que vino como a buscar enfermos para sanarnos.
Nosotros aguardamos al que expulsó a los mercaderes del templo y dijo que no se puede servir a dos señores al mismo tiempo. Esperamos al que nunca se arrodilló ante los poderes y superó las tentaciones diabólicas y dejó claro en esa lucha: “Solo adorarás al Señor tu Dios, que “no solo de pan vive el hombre” y que “no tentarás al Señor tu Dios”. Que le dijo al joven rico que vendiera todos sus bienes y diera el dinero a los pobres y lo siguiera tomando su cruz.
Esperamos al que le pidió a Zaqueo que bajara del árbol porque quería “hoy” hospedarse en su casa y que tuvo como respuesta la conversión del jefe de los impuestos prometiendo que daría la mitad de los bienes a los pobres y devolvería cuatro veces lo robado. Ansiamos la venida del que liberó a María Magdalena de siete demonios.
Sí, nosotros queremos que venga pronto el amigo de Lázaro, Marta y María y que lloró ante la tumba de aquél, a quien liberó temporalmente de la muerte para mostrar lo que Él desea para todos nosotros, arrancarnos de las manos de la muerte, pero para siempre. Queremos que venga el que se compadeció de la viuda de Naím resucitando a su hijo y también hizo igual con la hija de Jairo. Que venga el que venció a la muerte. Que venga el que le cambió la vida a la Samaritana, levantó de la mesa de los impuestos a Mateo, hizo de los discípulos pescadores de almas y protegió y sanó el corazón de la mujer sorprendida en adulterio.
Gemimos en nuestro interior esperando la manifestación gloriosa del que llamó bienaventurados a los pobres, a los mansos, a los que lloran y tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, limpios de corazón y pacíficos y que no descansará hasta que encuentre a la oveja perdida y la lleve al redil. Queremos que venga ya el que solamente busca la gloria del Padre, tiene palabras de vida eterna, y que nació pobrísimo en Belén y murió abandonado de todos en la Cruz del Calvario. Que venga el que habita en nosotros junto al Padre y el Espíritu y nos conduce hacia el cielo que es el mismo Dios, donde reinaremos con Él y seremos para siempre invencibles, amén.