Vino, mujeres y canto
Su vida, desde su juventud, había transcurrido, como reza la opereta de Strauss, entre «vino, mujeres y canto». Le encantaba la vida alegre y todo lo que
Hermano Pablo
Su vida, desde su juventud, había transcurrido, como reza la opereta de Strauss, entre «vino, mujeres y canto». Le encantaba la vida alegre y todo lo que tuviera buen gusto. Había acumulado en su casa una bodega de los mejores vinos. Y había acumulado también muchas novias y muchas canciones.
Sin embargo, después de 27 años de matrimonio, cuando Peter Graham, magnate inglés, se divorció de su esposa Sarah, ella se vengó de él de un modo muy extraño. Saqueó la bodega de Graham, repartiendo botellas en todas las casas del pueblo. Le representó una pérdida de $35 mil. «Es mi venganza —explicó Sarah—. Podrá tener mujeres y canto, pero no tendrá más vino».
Esto nos lleva a tres reflexiones en particular. La primera es que la canción «Vino, mujeres y canto» pueda que suene muy linda en la opereta de Strauss, pero en el diario vivir nunca produce efectos sanos. Ni beber vino en exceso es bueno, ni es bueno tener más de una mujer ni pasarse la vida cantando. Porque no es bueno nada que se hace en exceso y fuera de la moral divina.
La segunda reflexión es que divorciarse de la esposa porque sí, porque ya se ha puesto vieja y hay muchas muchachas jóvenes al alcance, no solo revela una mente raquítica, sino que es una perversidad.
La tercera reflexión es que ninguna venganza es buena. La venganza nunca trae satisfacción permanente, nunca produce felicidad, nunca enaltece el alma y nunca purifica el espíritu.
¿Cómo podemos librarnos de estas emociones que nos embargan? Cuando sometemos nuestra voluntad a Cristo, Él nos da una vida nueva, vida que, por ser la de Cristo implantada en nuestra alma, es pura, honesta y santa. Y comenzamos a sentir sus efectos de inmediato.
En esta vida nueva no hay descuidos morales. No hay excesos que dañan. No hay odio ni resentimiento ni venganza que destruye. Solo hay virtudes, sentimientos sanos y una nueva fe. Con Cristo cada uno es una nueva persona, digna, limpia, recta y justa. Por eso, por nuestro propio bien, no hay nada que más nos convenga que someternos al señorío de Cristo.