Ella llora por su hijo
Monseñor Emiliani. Mi vida se ha venido al suelo. No logro levantarme después de vivir tan terrible experiencia del asesinato de mi hijo. Nada más tenía 21 años. Era un muchacho jovial, atento, sincero, trabajador y estudioso. Estaba en segundo año de universidad y quería ser ingeniero agrónomo. Trabajaba en una fábrica para poder pagar sus estudios. Él se hizo amigo y novio de una joven cuyo padre traficaba drogas. Ella era buena muchacha, muy cariñosa y sencilla, aunque andaba en un automóvil de lujo regalado por su papá. Frecuentaba nuestra casa y alguna vez que otra mi hijo iba a casa de sus padres. Ya sospechábamos de las andanzas de ese señor, pero nos encantaba a todos cómo era esta joven. Un día salían del cine y cinco hombres en un carro los esperaron afuera del parqueo. Los acribillaron hasta matarlos. Yo estaba con mi esposo y mi otro hijo cenando, cuando nos llaman. Qué cuadro más espantoso.
Comprendemos en algo lo que usted ha vivido. Tuvo a ese hijo fruto de sus entrañas, lo formó, lo cuidó, lo fue levantando junto con su esposo y lo convirtió en una persona buena. Ese muchacho era una de sus dos joyas, junto con su otro hijo. No es justo, es macabro, es obra infernal, quitarle la vida a un muchacho de esa manera y, además, sin tener nada que ver con el problema del narcotráfico. No puedo entender cómo alguien puede mandar a matar a otro y cómo los sicarios son capaces de quitarles la vida a dos jóvenes simplemente para obtener dinero. ¡Qué corazones tan infernales!
Su dolor solo el tiempo lo irá suavizando, en la medida en que usted vaya asimilando, aceptando la ausencia de su hijo en la Tierra. No hay manera de calmar humanamente ese sufrimiento suyo, salvo mirando con fe la realidad. Creo firmemente que hay resurrección, que Dios no se dejará vencer, que la muerte no podrá contra la vida, que el amor es infinitamente más grande que la maldad, que hay vida más allá de nuestra limitada existencia en la Tierra. Creo que su hijo ya no está muerto. Pasó de la muerte a la vida plena, eterna. Creo firmemente que ese hijo suyo es más hijo de Dios que de usted y por eso el Señor lo tiene ya en sus brazos divinos, muy dentro de su corazón misericordioso de Padre.
Le aconsejaría que fuera al cementerio ya no una vez por semana, sino cada quince días. Lo digo porque de hecho su hijo ya no está ahí en esa tumba, sino con Dios. Claro, están los restos físicos que merecen todo el respeto. Le diría también que vaya regalando la ropita de su hijo, poco a poco, quedándose solo con recuerdos significativos. Y cosas prácticas: haga algo de ejercicio físico, sea en un gimnasio o caminando. Involúcrese en actividades solidarias, comparta tiempo con sus amigas, congréguese en su iglesia intensamente para llenarse más del Señor. Tenga un lenguaje positivo cuando se refiera a su hijo basado en la fe y perdone a sus asesinos.
El asunto es que la depresión no la quiere el Señor y usted puede estar atravesando una crisis emocional de tristeza severa. Una cosa es el dolor de madre que, repito, nadie lo podrá calmar, solo Dios. Pero otra cosa es consumirse en depresión. Su hijo no la quiere ver así. Él está con Dios y ya venció a la muerte para siempre.